Pedestal
I
-Y fue por
eso que rodaban cabezas por todo París y las calles más que calles eran piletas
de sangre. No sé si me explico. En ese momento, los Sans Culotes, que eran como
una especie de ejército auto convocado o del pueblo algo así, le decretaron el
estado de sitio al valor de la vida; la sacaron de ese pedestal estúpido que
tiene como lo más sagrado que existe, como eso que hay que respetar sin
importar qué pase. ¿Y a quién pusieron en la cima? a las ideas, señor. ¡A las ideas!
¡Y durante esos días la imaginación estuvo al poder! Y ni se te ocurra pensar
que me estoy refiriendo a mayo del 68, el fracaso más rotundo que pudo haber
tenido la izquierda en el siglo XX. Me estoy refiriendo al terror jacobino, la
parte más loca, vertiginosa, confusa, violenta y sobre todo ideológica de la
revolución francesa. ¿Nunca viste la imaginación al poder? Si algún día pasa de
vuelta, indefectiblemente va a desembocar en un proceso parecido. Cuando lo
imaginario, lo ideal, el mundo de las ideas llega hasta la cumbre de lo
sagrado, los individuos dejan de ser autómatas miedosos de perder su vida, que
no vale una mierda, sobra del mundo, y pasan a ser más bien polvorines que son
encendidos y tirados con vehemencia por ideas, puras ideas que, ambiciosas, se
multiplican y se vuelven cada vez más agresivas, más fuertes, más vitales. Si
mal no me acuerdo, una vez me dijiste que eras progresista.
-Creo que
lo soy
-Todo lo
que pensás salió de este ambiente que te estoy contando, mientras me miras con
cara de asco. Todas las ideas que rellenan tu cabeza nacieron, se expandieron,
vivieron con total vitalidad sobre las cabezas tapando los alcantarillados, las
guillotinas con sangre seca en los filos, Roberspierre quedándose afónico
después de un discurso encendido en el parlamento para posteriormente terminar
con una bala en la mandíbula. ¡De ahí sale toda la ideología moderna! De uno de
los últimos momentos de la historia de la humanidad donde ese supuesto valor
supremo que es la vida se tomó licencia y le dejó la corona a la imaginación
política. Y una vez que está allí, ésta no conoce límites. Todo es posible, el
cielo es el límite, todo es posible, hasta lo que pareciese ser más insólito.
Todo nos lo merecemos, todo lo queremos, y todo lo podemos tener, y quien me
venga a decir lo contrario o complotar contra mis ideas, que me mate, que
arruine mi cuerpo con cien puñaladas y que me calle, pero mi cuerpo es
solamente un recipiente de pólvora y no más que eso. La pólvora va a encontrar
otro depósito móvil, y va a seguir corriendo. Sí, Marcuse, la imaginación al
poder, Marcuse. Pero nunca te vi dar un manifiesto en público y darte un balazo
en sien, solamente para darle más fuerza y dramatismo a tu discurso, a tus
dichos, y más importante, a tus ideas, tus putas ideas, que tendrían que ser lo
más sagrado de tu corta y mísera existencia. Pero no, Marcuse. No viviste el
terror y sos hijo de tu época. Tu vida es lo más importante, y nada va a
atropellarla, ni siquiera tus palabras, que, como una profecía auto cumplida,
se volvieron un bello recuerdo, una estampita turística del año 1968.
-Nunca te
vi dar tu vida por tus ideas.
- ¡Obvio
que no! Soy hijo de esta época. La vida no se toca desde, mínimo, la segunda
guerra mundial. Tiene sus ventajas. No sé si hubiese sido agradable que un Sans
Culote me hubiese asesinado de un hachazo en la nuca por haberme confundido con
un girondino. Vivir en un mundo donde la preservación de las vidas es casi un
axioma es fácil y reconfortante. Pero jamás te quiero volver a escuchar
quejándote de que ya no hay grandes cambios, grandes revoluciones. Para que eso
pase, el pedestal tiene que ser desocupado, por lo menos por un rato. Y yo no
voy a ser el que haga el desalojo.
Pedestal
II
Las
estupideces que dijo Antonio hace un rato se me fueron rápido de la cabeza por
el absurdo y por esa vehemencia que solamente puede tener un tipo que se bajó
una botella de gin tonic él solo. O eso pensé.
Disfrutando
del cuasi privilegio de vivir en capital, decidí volverme caminando hasta mi
casa, disfrutando una noche primaveral que daba el equilibrio justo: no hacía
ni frío ni calor, la brisa tibia refrescaba mi cara y venía en contra de la
dirección en la que yo me dirigía, y, detalle más importante para mí, todavía
no había mosquitos. ¿Qué representa
el mosquito? El no saber para qué se está en el mundo. Peso muerto. El nacer
para reproducirse y morir, y en el medio, aburrirse, y para tolerar esa
sensación, molestar gente, incluso llegar a matarla. Recuerdo a esos chicos
rusos del martillo. Estaban tan aburridos que mataron a un vagabundo de forma
brutal y lo filmaron, tan solo para divertirse, porque no sabían ya que hacer
para que las horas se vayan. O también aparece en mi cabeza el cuadro del chico
vietnamita aprendiendo a usar un arma, imitando a sus mayores, soldados del
vietcong que lo miran sonriendo, orgullosos al ver a una larva de mosquito
aprendiendo de ellos, mosquitos con uniforme. Más peso muerto. Y finalmente
llego a la esquina donde se inyectan y salen a robar cuando se quedan sin plata
para comprar la próxima jeringa. Podríamos decir que los mosquitos son almas en
pena, que sufren muchísimo su presencia física y que todas estas cosas son
escapes para tratar de llevar ese dolor. Pero en ese trajín, no se produce
absolutamente nada trascendente, elevador, ni siquiera útil para el conjunto
humanidad, y sufren, sufren y mucho. Y está muy mal visto pensar en la muerte
de estos cuerpos, justamente porque hay una protagonista en el pedestal
bloqueando todo el camino alternativo, y es la mismísima vida. La vida está por
sobre todo y no se toca; y esta idea se va a llevar hasta la última
consecuencia, y también va a aplicarse en la miserable vida de un tipo que
violó y mutiló a una mujer, y está pasando sus días en una cárcel común.
La vida en
el pedestal tiene consecuencias. La misma se sobrevalua, hablando en términos
economicistas (nada pareciese haber fuera de la economía). Se dice que vale
infinitamente, pero los cuerpos se preguntan si realmente ese valor es el que
se dice. La ciencia es una locomotora que viaja sin frenar un segundo hacia el
objetivo de la inmortalidad. ¿Queremos vivir hasta los 500 años? La
preservación perpetua de la vida, o sea, la inmortalidad ¿Es un telos que valga
la pena, o más importante, que tenga un sentido? Lo más probable es que cuando
se llegue a ese momento en el cuál la muerte sea tan obsoleta como un vhs, los
primeros humanos eternos sean como los peces del dentista de Buscando a Nemo,
que dedicaron todas sus energías y toda su obra a buscar salir de esa triste
pecera, que no cumple otra función que ser mera decoración, mero peso muerto,
mero mosquito, porque daña la moral de los peces. Y un día, después de
planificar minuciosamente cada detalle técnico, por fin pueden cometer la fuga.
Salen por la ventana del consultorio secundados por bolsas cerradas llenas de
agua, cruzan con cuidado la calle, y se tiran al mar. La liberación está en sus
manos. El telos se cumplió. Pero les faltó la parte más importante:
nunca
pensaron cómo salir de las bolsas de plástico que los protegía en el viaje. Y
entonces, ya sin poder hacer mucho más, uno de los peces pregunta ya con el
terror de la incertidumbre en su cara: “¿Y
ahora qué?” Ese mismo destino les depara a los buscadores compulsivos de
valorizar más y más a la vida.
El gran
problema de la preservación de la vida como valor supremo de la cultura es que
es un fin, pero un fin sin sentido.
El preservar la vida no dota de un sentido relevante a la existencia, hace que
haya un vacío general y que llenar el mismo se haga cada vez más cuesta arriba.
Como una gran burbuja especulativa, mientras más vida, menos sentido; mientras
más se alarga la vida, más difícil se vuelve pensar en qué hacer con la misma.
Por todos lados hay personas que están vivas, pero no saben para qué, y muchos
menos por qué; en otras palabras, gólems:
seres que son materia inanimada (y que quiere permanecer inanimada) pero que
son obligados a animarse por la fuerza y deambulan, llevando sobre los hombros
la mochila de no querer vivir y ser obligados hacerlo ¡y encima agradecerlo! El
mundo de los gólems tiene una taxonomía propia que debería ser profundizada. En
esta clasificación entran un sinfín de personajes, cada uno con sus rasgos
particulares: El hikikomori, Silvia Prieto, el ya mencionado mosquito, entre muchos otros más por
descubrirse.
Y fue
así que puse la llave en la puerta de mi casa, por fin, y mi cabeza volvió a
Antonio reivindicando al terror jacobino. En ese caso fue la ideología radical
de ese sector del pueblo francés la que destronó a la vida de su trono, pero lo
que realmente hay que subrayar no es lo que pasó ahí, sino que la vida como
valor supremo fue desplazada y, no casualmente, hubo un cambio muy profundo en
esos cortos meses de 1793 y 1794. Cambios que tienen ecos hasta el día de hoy,
en lo que pensamos, en lo que decimos y en lo que hacemos.
Vuelvo a
las guillotinas y a Restif de La Bretonne esquivando cuerpos y saltando charcos
de sangre para llegar hasta su hogar, vuelvo a mí haciendo lo mismo, pero en la
total intrascendencia de un camino sin sobresalto alguno. Me convenzo más que
nunca de que de esta época y de nosotros no va a salir ninguna revolución.
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