El deber de aprovechar al máximo la tecnología disponible (los más afortunados de la historia de la humanidad somos de tener una computadora con la misma naturaleza con la que poseemos una lapicera). El deber de dejar atrapado sobre el papel físico o digital el fluir del pensamiento para (por fin) dejar una puta pared levantada. Imagina sino un obrero que, en vez de edificar sin más, se la pasa preocupándose excesivamente por la belleza de su muro. Para embellecer, primero tiene que haber ALGO que embellecer. Es para eso que fue creado el concepto y el trabajo de la edición. No es más que un capricho de la estética. Las ganas de elevar lo más que se pueda ideas rasas; para que se dejen de sentir terrenales y escapen a duras penas del aburrimiento abrumador de lo material y corriente.
Basta entonces de buscar continuamente la obra del siglo. Quizá sea de tu autoría, quizá no, pero sin
muro, nada hay. Toda idea dando vueltas
tiene que quedar sobre el papel, sangrando, sin ningún tipo de pero ni excusa.
Hay que empezar.
Y nunca más perder de vista: Los cuadernos de la cárcel de Gramsci son inentendibles, pero ahí están,
siendo de lo más influyente jamás escrito en su área.
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