miércoles, 17 de noviembre de 2021

El siglo de las luces

 

El siglo de las luces

 

Le duelen los dientes por culpa de ese molesto bruxismo del que sufre, producto de estar todo el día corriendo de leones imaginarios.

Pareciese un chiste de mal gusto que su apellido sea Goyena y al mismo tiempo viva en un sucucho en la calle Pedro Goyena, ubicada en pleno corazón de Caballito. Dicha calle está repleta de hermosos y tupidos árboles y es lo suficientemente céntrica como para que las bocinas insoportables y los autos que suben y bajan atormenten su ya explotada cabeza y alimenten su cada vez más intenso bruxismo.

Aunque en su mente todo sea vértigo y una constante guerra de nervios contra los leones que prometen despedazarlo en cualquier momento en el que esté desprevenido, de su monoambiente lo único que sale es un silencio que desgarra, que corta la respiración. Uno acostumbrado a ruidos y colores al por mayor, llenando retinas futuramente (o ya totalmente) miopes y oídos con reducción de la escucha, llega al departamento de Goyena y se siente desnudo. La oscuridad es casi total (solamente aparece un halo de luz de la persiana entreabierta que da a la calle) y el silencio es abrumador, y llena todo el ambiente. Y cuando fue a visitarlo, López lo encontró ahí, acostado en su cama de una plaza que tiene al lado de la heladera y un poco más alejada de la computadora. Hacía tres años exactos que Goyena había decidido quedarse ahí hasta que la muerte lo separe del mundo, y López le llevó una torta para festejar un nuevo aniversario.

Lo primero que notó apenas observó a su más íntimo amigo fue lo más evidente: el olor a quemado y la dentadura por la mitad, también una especie de aserrín dental, o algo parecido, desperdigado por el piso. Otra víctima más de la epidemia de bruxismo.

-Te traje un medicamento para tu problema. Lo están publicitando mucho en la tele y parece ser que a muchas personas le está sirviendo.

No halló respuesta de su escuchante.

-Ahí prendo la computadora y te muestro la publicidad, mientras agarra un pedazo de torta, que la traje para que comas, no como una decoración.

Siguió hablando solo, como a una pared. Pero mientras sacaba todos los platos sucios del escritorio donde estaba la PC y le sacaba el polvo a la CPU para finalmente prenderla, Goyena se levantó lentamente para aprovechar el regalo de aniversario. Una torta de siglo con 9 capas de colores y relleno también de colores. La primera capa, verde con azul con amarillo con violeta con rojo; la segunda capa, naranja con lila con magenta con celeste con negro; y finalmente por dentro, un marmolado de verde salmón, marrón, celeste nuevamente, violeta platinado, rojo, violeta, amarillo, azul, verde, celeste, naranja, amarillo, rojo, azul, gris, marrón, violeta. Sintió nuevamente leones detrás de él, pero se esforzó inhumanamente para no rechinar los dientes enfrente de López. Es bastante estricto con eso y si lo hacía seguro iba a tener que escuchar reproches y quejas por varios minutos. Siguió prefiriendo el silencio tenso de su parte. Suspiró y cerró los ojos por unos segundos. El fosfeno lo invadió hasta el punto en el que no supo diferenciar esa leve molestia de un desprendimiento de retinas. Abre los ojos nuevamente, está todo en orden. Solo fosfeno, hace mucho no lo sufría; por el momento no hay que llamar a emergencias. Suspira nuevamente y extraña su viejo monoambiente de hace media hora atrás, totalmente oscuro.

-Por fin encontré esta publicidad de mierda; los algoritmos la esconden. Pareciese a propósito.

-Pareciera.

Estaba por dar play al video, pero antes López levantó la mirada y vio a su inmóvil anfitrión con la cabeza gacha, esforzándose por mantenerse sentado, se mantuvo en silencio hasta que este atinó a mirarlo a la cara

-Estás más hablador que de costumbre.

Por fin dejó de posponer la reproducción de la publicidad, que, nos enteramos luego, ganó el premio Pulitzer de aquel año en el apartado que le correspondía. Dijo la terna que se encargó de la elección y la entrega del galardón: “Este premio es merecido y por mucha diferencia. La delicadeza, el decir mucho con poco siempre debe ser debidamente valorado. Es admirable que, incluso, hayan podido revivir el movimiento rococó en algo que debería –o pareciera- ser tan poco profundo y banal como una publicidad. Las pequeñas revoluciones empiezan siempre en el lugar más insospechado, y creemos que estamos justo en ese lugar”.

Se sintió como un ataque de muerte a los sentidos; un napalm si fuésemos un poco más viejos; una Spinning Jenny si fuésemos obreros allá en el Lancashire húmedo y lluvioso de hace 250 años atrás. La fábrica, las jornadas de 16 horas de lunes a domingo, la suciedad, 5 chelines que alcanzan solamente para supervivir con lo mínimo indispensable para no morir de inanición. Pero somos más jóvenes que nunca, y seguramente tu máxima preocupación sea qué remera vas a usar mañana. Hay más de 15 en tu placar, y cada día se suman más; pero están en desuso. Son Pedazos de tela que ya están anacrónicos, fuera de moda, moda que pasa cada vez más rápido.

-La moda está en un proceso híper- inflacionario- , descubrió Goyena en sus más profundos y ágiles pensamientos mientras en cámara lenta la publicidad iba apareciendo, fotograma por fotograma. La remera que tenía puesta anteayer ya está afuera y tiene que ser guardada en el placar, junto con las, ahora, 17. La moda cambia 4 veces por día últimamente, calculan los más prestigiosos economistas y las más confiables consultoras.

¿La publicidad? Una obra exquisita del neo-rococó, de la sutileza, de la sencillez. La música y las voces en unos 160 decibeles, tan solo colores fluorescentes con énfasis en el verde, y un solo y claro mensaje “BRUXISMO NO. BRUXISMO NO. ATENCIÓN”. El logo del medicamento, el logo del laboratorio responsable, 10 segundos de duración.

Sangre en los oídos, sintió sangre cayendo de sus oídos. Giró a ver a López, vio sangre en sus oídos. Sus ojos, llorosos y rojos. Le pidió por favor que se vaya. Le agradeció, con las pocas fuerzas que le quedaban la torta y la preocupación de traerle el famoso medicamento (que en estos minutos está siendo el más vendido de toda Europa Continental). La puerta se cerró y pensó seriamente en tomar una decisión verdaderamente trascendente de una vez por todas. La solución final, su salto de fe: cerrar un poco más la persiana y poner paneles acústicos al monoambiente, para que de esa forma callar las bocinas, por lo menos artificialmente. Pero primero, secarse la sangre de los oídos, que manchó el piso y un poco también su nueva remera.

 

De la luz a la sombra

Evidentemente, la estética parece ser una cosa misteriosa –y quizá irracionalmente- importante para los humanos; y si no, pregúntenle a Mickey Rourke, ex sex simbol devenido a paria de Hollywood por una cirugía mal hecha; o a las millennials que estuvieron semanas enteras sin comer, o chupando cubos de hielo, o vomitando en los baños producto de ataques incontrolables de bulimia para alcanzar los cánones extremos que aparecieron en esa época más salvajes que nunca. Esa es la estética obrando en nuestro comportamiento, en nuestras jerarquías, en nuestra cultura, y, por qué no, en nuestra autodestrucción.

La actividad estética más trascendente que un humano puede realizar es el arte en todas sus variantes y profundidades. Un movimiento artístico es mucho más que una simple formalidad, o un capricho de la teoría o de la catalogación: es una materialización de una forma de ver el mundo dentro de un período histórico concreto. Si queremos terminar de pulir el entendimiento de x período de la historia, más que concentrarnos en las acciones y en la psicopatía de “los grandes hombres” o incluso en hacer el intento de reconstruir la insípida y miserable vida de diaria de los humanos de a pie, deberíamos desviar todo el foco a la revisión de la producción artística de ese lapso; porque en esa actividad, mitad lúdica y mitad tortuosa de parir una obra de arte, se deja plasmado el más profundo de los entendimientos de cómo se vive y siente dicha época, o lo que los alemanes llamaron zeitgeist.

En la modernidad hubo dos movimientos artísticos que definieron a la misma, y que, luego de finalizado el proceso histórico en el que se desenvolvieron, siguieron volviendo en forma de reciclaje y turnándose en lo que respecta a ser la forma generalmente más aceptada de concebir lo artístico: El barroco versus el rococó.

El barroco se extendió entre el siglo XVI y principios del XVIII, caracterizándose principalmente por el exceso. Acorde al zeitgeist de ese momento, todo se sobre-producía, buscando darle la mayor complejidad y profundidad posible a cualquier actividad artística, en una especie de búsqueda por la trascendencia, que nuevamente pasaba a estar en manos del hombre luego de tantos siglos. Desde mediados del XVIII hasta finales del mismo, surgió un movimiento que era la contra a los excesos del barroco: El rococó. Un movimiento que tuvo como principal rasgo la sutileza. Dentro del rococó, menos es más. Los colores son suaves, los temas son mundanos y la actitud que emana de las obras que están dentro de esta clasificación son livianas y desprejuiciadas. Surgido en Francia, más que un movimiento artístico, fue una primera rebelión de las burguesías –que años después iba a hacer la revolución más importante de la modernidad-. Si el barroco era el movimiento tomado y aceptado por las monarquías absolutistas, el rococó fue la primera forma realmente efectiva que tuvieron a mano las burguesías para diferenciarse de sus antagonistas. Antes del surgimiento de este movimiento, la estrategia era otra y fue fallida: intentar a toda costa ser y parecerse a la realeza, que siempre cambiaban las reglas de juego estéticas para dejar en ridículo a los aspirantes de llegar a ese status. Pero a partir de la aparición del rococó, los burgueses se dedicaron a construir y reivindicar este gusto propio, en un deseo de ser ellos ahora los que se diferencian.

Los burgueses concretaron este proceso de diferenciación con una importante revolución en Francia, con varias banderas importantes que se enmarcan dentro de lo que es la ilustración –como por ejemplo el liberalismo, la exaltación de la razón y la división de poderes-, y también con la fina bandera del rococó, que quedó plantada de una u otra forma en el marco de la modernidad, no como movimiento específico, sino como una actitud de reacción a los sucesores del barroco, que pecan del mismo exceso o incluso buscan superarlo.

Ejemplos de este proceso cíclico hay muchos y muy variados: Podemos mencionar al romanticismo como respuesta al neoclasicismo de raíces barrocas; a las vanguardias de principios del siglo XX como búsqueda de diferenciación ante los excesos de las expresiones artísticas de la época del imperialismo; a la música punk como reacción de corte rococó a la música progresiva de principios de los 1970; al grunge como cachetazo a la estética de los años 1980, y cómo la década de 1990 es enteramente una respuesta a la parafernalia de la anterior.

Pareciese ser que la concepción y posterior producción del arte de la modernidad está marcada por la intercalación entre la visión barroca y la visión rococó. Y hay que agregar otra dimensión importante: Mientras lo barroco se nutre de los juegos lumínicos y de un espectro lo más amplio posible de sonidos, el rococó prefiere presentarse como una reivindicación de los colores rebajados y por una insistencia en los silencios. 

Pero estamos viviendo actualmente en una ruptura muy ambigua de esta dinámica.

 

Shanzhai

Algo se está desintegrando en este siglo XXI, y pareciese ser la modernidad. Esta no fue aún reemplazada ni se la puede considerar para nada un período finalizado, pero sí, siendo testigo en tiempo real, parece estar en todos lados la sensación de que está tomando una velocidad que está al borde de escaparse de la compresión humana, que, no perdamos nunca de vista, sigue siendo en términos biológicos la misma de aquellos cazadores-recolectores que pasaban el día buscando alimentos y haciendo sociales con no mucho más de 150 personas a lo largo de toda su vida; procesando muy poca información, en otras palabras.

Este drástico aumento de la velocidad del proceso está provocando que el mismo se comience desintegrar debido a ese insostenible ritmo. Y tal como cuando en la física nos acercamos hacia la velocidad máxima, que es la de la luz, empieza a torcerse lo que consideraríamos “lógico”, empiezan a aparecer mutaciones y grietas que son difíciles de comprender con los elementos cognitivos que poseemos, ya obsoletos y defasados 

Ejemplos hay demasiados porque abarcan todo el tejido de lo humano. Uno muy interesante es como se está viendo una mutación del ciclo estético-artístico típico de la modernidad.

A fines de los 1990, se estaba experimentando un nuevo proceso con fuertes tendencias barrocas, con un popular álbum llamado “Ok Computer” de la banda Radiohead como estandarte. Pareciese que la repentina explosión de las punto com a mediados de esa década produjo una sensación de inconmensurabilidad, que fue traspasado al arte en todo tipo de expresiones. Incluso en los logos de las grandes marcas, en las vestimentas que se usaban, en los videojuegos más demandados de aquellos años y en el extraño fetiche por los gráficos poligonales típico de aquel momento. Toda expresión artística parecía querer plasmar de una forma u otra la sorpresa que provocaban las nuevas tecnologías.

Este revival cíclico del barroquismo empezó a agotarse entre mediados y fines de la primera década de los 2000. Pero el ciclo parece estar rompiéndose por primera vez desde que se dio por iniciada la modernidad.

La irrupción hegemónica de un ritmo extremadamente sencillo como lo es el dembow puertorriqueño, la llegada del minimalismo como criterio visual generalizado, el acortamiento cada vez mayor de la cantidad de caracteres que se utilizan en las producciones literarias y la reducción de los tiempos en las producciones audiovisuales tendría que ser considerado como un típico advenimiento de la lógica rococó, pero hay un gran obstáculo: la simultánea aparición del Smartphone y de las cuatro redes sociales más importantes –facebook, youtube, twitter, Instagram-

El ciclo rococó actual no termina de ser tal por dos factores: El primero, la presencia totalizante de los teléfonos inteligentes, que son ante todo una presencia lumínica; una continua estimulación de la retina que nos deja muy pocos momentos de frente a la oscuridad o a las luces tenues, condición indispensable para reposar la mente y producir sutilezas desde la imagen. El segundo, el fin de los momentos de silencio, generado por la facilidad para acceder a contenidos audiovisuales cortos. Esta combinación letal hace que ya no haya prácticamente momentos para tener introspecciones, necesarias para producir arte, y que mucho menos haya un hueco para producir arte enmarcado dentro del rococó, que necesita de la pausa, del silencio y de la tenuidad para surgir.

Es así como la música y los videos son cortos y generalmente sencillos, pero carecen de silencio y sutileza, apelando a las altas ganancias y compresiones en el sonido y a los colores saturados en la imagen; excesos ambos. Queda un híbrido: el exceso del barroco en las formas, la liviandad del rococó en los contenidos, y ninguno de los dos extremos se termina de completar. Se saturan los ojos y los oídos sin descanso alguno, pero esto no se traduce en mayor complejidad, sino todo lo contrario.

Y cada vez este nuevo y extraño ciclo híbrido se redobla a sí mismo, sin un aparente final, yendo de la mano con esta aparente etapa final de la modernidad, exacerbada, veloz y desintegradora, en la cual todo lo que antaño podía contraponerse para mantener cierto equilibrio ahora se fusiona, generando combinaciones impredecibles. En lo artístico, la fusión de lo barroco y lo rococó, en China, un arrasador sistema que fusiona al socialismo con el capitalismo, en la cultura, el pastiche posmoderno y el cada vez más aceptado Shanzai. Las fronteras se desdibujan, los colores se mezclan, el ciclo vida-muerte cambia de limitaciones; como dijo un visionario: “Todo lo sólido se disuelve en el aire”.

El nuevo mesías

Parece ser urgente y necesario que surja un movimiento de corte rococó que haga el contrapeso a tanta complejidad y exceso lumínico y sonoro, y la única solución parece ser retornar a un hábito que antes era natural y que ni siquiera podía ser omitido como ahora: Estar en silencio. Retroceder varios pasos y callar. Bajar las persianas y estar a oscuras. Este pareciese ser el verdadero acto revolucionario en el siglo XXI, y ya no tomar las armas. O por lo menos, el primer acto revolucionario que está al alcance de cualquier persona.



Transición de barroco (1998-2003) a rococó (2008-actualidad) en el logotipo de Pepsi



Transición de barroco (2004-2009) a rococó (2013-actualidad) del logotipo de Firefox



domingo, 29 de agosto de 2021

Pedestales (I y II)

Pedestal I

 

-Y fue por eso que rodaban cabezas por todo París y las calles más que calles eran piletas de sangre. No sé si me explico. En ese momento, los Sans Culotes, que eran como una especie de ejército auto convocado o del pueblo algo así, le decretaron el estado de sitio al valor de la vida; la sacaron de ese pedestal estúpido que tiene como lo más sagrado que existe, como eso que hay que respetar sin importar qué pase. ¿Y a quién pusieron en la cima? a las ideas, señor. ¡A las ideas! ¡Y durante esos días la imaginación estuvo al poder! Y ni se te ocurra pensar que me estoy refiriendo a mayo del 68, el fracaso más rotundo que pudo haber tenido la izquierda en el siglo XX. Me estoy refiriendo al terror jacobino, la parte más loca, vertiginosa, confusa, violenta y sobre todo ideológica de la revolución francesa. ¿Nunca viste la imaginación al poder? Si algún día pasa de vuelta, indefectiblemente va a desembocar en un proceso parecido. Cuando lo imaginario, lo ideal, el mundo de las ideas llega hasta la cumbre de lo sagrado, los individuos dejan de ser autómatas miedosos de perder su vida, que no vale una mierda, sobra del mundo, y pasan a ser más bien polvorines que son encendidos y tirados con vehemencia por ideas, puras ideas que, ambiciosas, se multiplican y se vuelven cada vez más agresivas, más fuertes, más vitales. Si mal no me acuerdo, una vez me dijiste que eras progresista.

-Creo que lo soy

-Todo lo que pensás salió de este ambiente que te estoy contando, mientras me miras con cara de asco. Todas las ideas que rellenan tu cabeza nacieron, se expandieron, vivieron con total vitalidad sobre las cabezas tapando los alcantarillados, las guillotinas con sangre seca en los filos, Roberspierre quedándose afónico después de un discurso encendido en el parlamento para posteriormente terminar con una bala en la mandíbula. ¡De ahí sale toda la ideología moderna! De uno de los últimos momentos de la historia de la humanidad donde ese supuesto valor supremo que es la vida se tomó licencia y le dejó la corona a la imaginación política. Y una vez que está allí, ésta no conoce límites. Todo es posible, el cielo es el límite, todo es posible, hasta lo que pareciese ser más insólito. Todo nos lo merecemos, todo lo queremos, y todo lo podemos tener, y quien me venga a decir lo contrario o complotar contra mis ideas, que me mate, que arruine mi cuerpo con cien puñaladas y que me calle, pero mi cuerpo es solamente un recipiente de pólvora y no más que eso. La pólvora va a encontrar otro depósito móvil, y va a seguir corriendo. Sí, Marcuse, la imaginación al poder, Marcuse. Pero nunca te vi dar un manifiesto en público y darte un balazo en sien, solamente para darle más fuerza y dramatismo a tu discurso, a tus dichos, y más importante, a tus ideas, tus putas ideas, que tendrían que ser lo más sagrado de tu corta y mísera existencia. Pero no, Marcuse. No viviste el terror y sos hijo de tu época. Tu vida es lo más importante, y nada va a atropellarla, ni siquiera tus palabras, que, como una profecía auto cumplida, se volvieron un bello recuerdo, una estampita turística del año 1968.

-Nunca te vi dar tu vida por tus ideas.

- ¡Obvio que no! Soy hijo de esta época. La vida no se toca desde, mínimo, la segunda guerra mundial. Tiene sus ventajas. No sé si hubiese sido agradable que un Sans Culote me hubiese asesinado de un hachazo en la nuca por haberme confundido con un girondino. Vivir en un mundo donde la preservación de las vidas es casi un axioma es fácil y reconfortante. Pero jamás te quiero volver a escuchar quejándote de que ya no hay grandes cambios, grandes revoluciones. Para que eso pase, el pedestal tiene que ser desocupado, por lo menos por un rato. Y yo no voy a ser el que haga el desalojo.

 

Pedestal II

Las estupideces que dijo Antonio hace un rato se me fueron rápido de la cabeza por el absurdo y por esa vehemencia que solamente puede tener un tipo que se bajó una botella de gin tonic él solo. O eso pensé.

Disfrutando del cuasi privilegio de vivir en capital, decidí volverme caminando hasta mi casa, disfrutando una noche primaveral que daba el equilibrio justo: no hacía ni frío ni calor, la brisa tibia refrescaba mi cara y venía en contra de la dirección en la que yo me dirigía, y, detalle más importante para mí, todavía no había mosquitos. ¿Qué representa el mosquito? El no saber para qué se está en el mundo. Peso muerto. El nacer para reproducirse y morir, y en el medio, aburrirse, y para tolerar esa sensación, molestar gente, incluso llegar a matarla. Recuerdo a esos chicos rusos del martillo. Estaban tan aburridos que mataron a un vagabundo de forma brutal y lo filmaron, tan solo para divertirse, porque no sabían ya que hacer para que las horas se vayan. O también aparece en mi cabeza el cuadro del chico vietnamita aprendiendo a usar un arma, imitando a sus mayores, soldados del vietcong que lo miran sonriendo, orgullosos al ver a una larva de mosquito aprendiendo de ellos, mosquitos con uniforme. Más peso muerto. Y finalmente llego a la esquina donde se inyectan y salen a robar cuando se quedan sin plata para comprar la próxima jeringa. Podríamos decir que los mosquitos son almas en pena, que sufren muchísimo su presencia física y que todas estas cosas son escapes para tratar de llevar ese dolor. Pero en ese trajín, no se produce absolutamente nada trascendente, elevador, ni siquiera útil para el conjunto humanidad, y sufren, sufren y mucho. Y está muy mal visto pensar en la muerte de estos cuerpos, justamente porque hay una protagonista en el pedestal bloqueando todo el camino alternativo, y es la mismísima vida. La vida está por sobre todo y no se toca; y esta idea se va a llevar hasta la última consecuencia, y también va a aplicarse en la miserable vida de un tipo que violó y mutiló a una mujer, y está pasando sus días en una cárcel común.

La vida en el pedestal tiene consecuencias. La misma se sobrevalua, hablando en términos economicistas (nada pareciese haber fuera de la economía). Se dice que vale infinitamente, pero los cuerpos se preguntan si realmente ese valor es el que se dice. La ciencia es una locomotora que viaja sin frenar un segundo hacia el objetivo de la inmortalidad. ¿Queremos vivir hasta los 500 años? La preservación perpetua de la vida, o sea, la inmortalidad ¿Es un telos que valga la pena, o más importante, que tenga un sentido? Lo más probable es que cuando se llegue a ese momento en el cuál la muerte sea tan obsoleta como un vhs, los primeros humanos eternos sean como los peces del dentista de Buscando a Nemo, que dedicaron todas sus energías y toda su obra a buscar salir de esa triste pecera, que no cumple otra función que ser mera decoración, mero peso muerto, mero mosquito, porque daña la moral de los peces. Y un día, después de planificar minuciosamente cada detalle técnico, por fin pueden cometer la fuga. Salen por la ventana del consultorio secundados por bolsas cerradas llenas de agua, cruzan con cuidado la calle, y se tiran al mar. La liberación está en sus manos. El telos se cumplió. Pero les faltó la parte más importante:

nunca pensaron cómo salir de las bolsas de plástico que los protegía en el viaje. Y entonces, ya sin poder hacer mucho más, uno de los peces pregunta ya con el terror de la incertidumbre en su cara: “¿Y ahora qué?” Ese mismo destino les depara a los buscadores compulsivos de valorizar más y más a la vida.

El gran problema de la preservación de la vida como valor supremo de la cultura es que es un fin, pero un fin sin sentido. El preservar la vida no dota de un sentido relevante a la existencia, hace que haya un vacío general y que llenar el mismo se haga cada vez más cuesta arriba. Como una gran burbuja especulativa, mientras más vida, menos sentido; mientras más se alarga la vida, más difícil se vuelve pensar en qué hacer con la misma. Por todos lados hay personas que están vivas, pero no saben para qué, y muchos menos por qué; en otras palabras, gólems: seres que son materia inanimada (y que quiere permanecer inanimada) pero que son obligados a animarse por la fuerza y deambulan, llevando sobre los hombros la mochila de no querer vivir y ser obligados hacerlo ¡y encima agradecerlo! El mundo de los gólems tiene una taxonomía propia que debería ser profundizada. En esta clasificación entran un sinfín de personajes, cada uno con sus rasgos particulares: El hikikomori, Silvia Prieto, el ya mencionado mosquito, entre muchos otros más por descubrirse.

 

Y fue así que puse la llave en la puerta de mi casa, por fin, y mi cabeza volvió a Antonio reivindicando al terror jacobino. En ese caso fue la ideología radical de ese sector del pueblo francés la que destronó a la vida de su trono, pero lo que realmente hay que subrayar no es lo que pasó ahí, sino que la vida como valor supremo fue desplazada y, no casualmente, hubo un cambio muy profundo en esos cortos meses de 1793 y 1794. Cambios que tienen ecos hasta el día de hoy, en lo que pensamos, en lo que decimos y en lo que hacemos.

Vuelvo a las guillotinas y a Restif de La Bretonne esquivando cuerpos y saltando charcos de sangre para llegar hasta su hogar, vuelvo a mí haciendo lo mismo, pero en la total intrascendencia de un camino sin sobresalto alguno. Me convenzo más que nunca de que de esta época y de nosotros no va a salir ninguna revolución.

 



El cuadro del niño vietnamita

 

 

domingo, 11 de abril de 2021

La importancia del registro

 El deber de aprovechar al máximo la tecnología disponible (los más afortunados de la historia de la humanidad somos de tener una computadora con la misma naturaleza con la que poseemos una lapicera). El deber de dejar atrapado sobre el papel físico o digital el fluir del pensamiento para (por fin) dejar una puta pared levantada. Imagina sino un obrero que, en vez de edificar sin más, se la pasa preocupándose excesivamente por la belleza de su muro. Para embellecer, primero tiene que haber ALGO que embellecer. Es para eso que fue creado el concepto y el trabajo de la edición. No es más que un capricho de la estética. Las ganas de elevar lo más que se pueda ideas rasas; para que se dejen de sentir terrenales y escapen a duras penas del aburrimiento abrumador de lo material y corriente.

Basta entonces de buscar continuamente la obra del siglo. Quizá sea de tu autoría, quizá no, pero sin muro, nada hay. Toda idea dando vueltas tiene que quedar sobre el papel, sangrando, sin ningún tipo de pero ni excusa. Hay que empezar.

Y nunca más perder de vista: Los cuadernos de la cárcel de Gramsci son inentendibles, pero ahí están, siendo de lo más influyente jamás escrito en su área.