El siglo de
las luces
Le duelen los
dientes por culpa de ese molesto bruxismo del que sufre, producto de estar todo
el día corriendo de leones imaginarios.
Pareciese un
chiste de mal gusto que su apellido sea Goyena y al mismo tiempo viva en un
sucucho en la calle Pedro Goyena, ubicada en pleno corazón de Caballito. Dicha
calle está repleta de hermosos y tupidos árboles y es lo suficientemente
céntrica como para que las bocinas insoportables y los autos que suben y bajan
atormenten su ya explotada cabeza y alimenten su cada vez más intenso bruxismo.
Aunque en su
mente todo sea vértigo y una constante guerra de nervios contra los leones que
prometen despedazarlo en cualquier momento en el que esté desprevenido, de su monoambiente
lo único que sale es un silencio que desgarra, que corta la respiración. Uno
acostumbrado a ruidos y colores al por mayor, llenando retinas futuramente (o
ya totalmente) miopes y oídos con reducción de la escucha, llega al
departamento de Goyena y se siente desnudo. La oscuridad es casi total
(solamente aparece un halo de luz de la persiana entreabierta que da a la
calle) y el silencio es abrumador, y llena todo el ambiente. Y cuando fue a
visitarlo, López lo encontró ahí, acostado en su cama de una plaza que tiene al
lado de la heladera y un poco más alejada de la computadora. Hacía tres años
exactos que Goyena había decidido quedarse ahí hasta que la muerte lo separe
del mundo, y López le llevó una torta para festejar un nuevo aniversario.
Lo primero que
notó apenas observó a su más íntimo amigo fue lo más evidente: el olor a
quemado y la dentadura por la mitad, también una especie de aserrín dental, o
algo parecido, desperdigado por el piso. Otra víctima más de la epidemia de
bruxismo.
-Te traje un
medicamento para tu problema. Lo están publicitando mucho en la tele y parece
ser que a muchas personas le está sirviendo.
No halló
respuesta de su escuchante.
-Ahí prendo la
computadora y te muestro la publicidad, mientras agarra un pedazo de torta, que
la traje para que comas, no como una decoración.
Siguió hablando
solo, como a una pared. Pero mientras sacaba todos los platos sucios del
escritorio donde estaba la PC y le sacaba el polvo a la CPU para finalmente
prenderla, Goyena se levantó lentamente para aprovechar el regalo de
aniversario. Una torta de siglo con 9 capas de colores y relleno también de
colores. La primera capa, verde con azul con amarillo con violeta con rojo; la
segunda capa, naranja con lila con magenta con celeste con negro; y finalmente
por dentro, un marmolado de verde salmón, marrón, celeste nuevamente, violeta
platinado, rojo, violeta, amarillo, azul, verde, celeste, naranja, amarillo,
rojo, azul, gris, marrón, violeta. Sintió nuevamente leones detrás de él, pero
se esforzó inhumanamente para no rechinar los dientes enfrente de López. Es
bastante estricto con eso y si lo hacía seguro iba a tener que escuchar
reproches y quejas por varios minutos. Siguió prefiriendo el silencio tenso de
su parte. Suspiró y cerró los ojos por unos segundos. El fosfeno lo invadió
hasta el punto en el que no supo diferenciar esa leve molestia de un
desprendimiento de retinas. Abre los ojos nuevamente, está todo en orden. Solo
fosfeno, hace mucho no lo sufría; por el momento no hay que llamar a
emergencias. Suspira nuevamente y extraña su viejo monoambiente de hace media
hora atrás, totalmente oscuro.
-Por fin encontré
esta publicidad de mierda; los algoritmos la esconden. Pareciese a propósito.
-Pareciera.
Estaba por dar
play al video, pero antes López levantó la mirada y vio a su inmóvil anfitrión
con la cabeza gacha, esforzándose por mantenerse sentado, se mantuvo en
silencio hasta que este atinó a mirarlo a la cara
-Estás más
hablador que de costumbre.
Por fin dejó de
posponer la reproducción de la publicidad, que, nos enteramos luego, ganó el
premio Pulitzer de aquel año en el apartado que le correspondía. Dijo la terna
que se encargó de la elección y la entrega del galardón: “Este premio es merecido
y por mucha diferencia. La delicadeza, el decir mucho con poco siempre debe ser
debidamente valorado. Es admirable que, incluso, hayan podido revivir el
movimiento rococó en algo que debería –o pareciera- ser tan poco profundo y
banal como una publicidad. Las pequeñas revoluciones empiezan siempre en el
lugar más insospechado, y creemos que estamos justo en ese lugar”.
Se sintió como un
ataque de muerte a los sentidos; un napalm si fuésemos un poco más viejos; una
Spinning Jenny si fuésemos obreros allá en el Lancashire húmedo y lluvioso de
hace 250 años atrás. La fábrica, las jornadas de 16 horas de lunes a domingo,
la suciedad, 5 chelines que alcanzan solamente para supervivir con lo mínimo
indispensable para no morir de inanición. Pero somos más jóvenes que nunca, y
seguramente tu máxima preocupación sea qué remera vas a usar mañana. Hay más de
15 en tu placar, y cada día se suman más; pero están en desuso. Son Pedazos de
tela que ya están anacrónicos, fuera de moda, moda que pasa cada vez más
rápido.
-La moda está en
un proceso híper- inflacionario- , descubrió Goyena en sus más profundos y
ágiles pensamientos mientras en cámara lenta la publicidad iba apareciendo,
fotograma por fotograma. La remera que tenía puesta anteayer ya está afuera y
tiene que ser guardada en el placar, junto con las, ahora, 17. La moda cambia 4
veces por día últimamente, calculan los más prestigiosos economistas y las más
confiables consultoras.
¿La publicidad?
Una obra exquisita del neo-rococó, de la sutileza, de la sencillez. La música y
las voces en unos 160 decibeles, tan solo colores fluorescentes con énfasis en
el verde, y un solo y claro mensaje “BRUXISMO NO. BRUXISMO NO. ATENCIÓN”. El
logo del medicamento, el logo del laboratorio responsable, 10 segundos de
duración.
Sangre en los
oídos, sintió sangre cayendo de sus oídos. Giró a ver a López, vio sangre en
sus oídos. Sus ojos, llorosos y rojos. Le pidió por favor que se vaya. Le
agradeció, con las pocas fuerzas que le quedaban la torta y la preocupación de
traerle el famoso medicamento (que en estos minutos está siendo el más vendido
de toda Europa Continental). La puerta se cerró y pensó seriamente en tomar una
decisión verdaderamente trascendente de una vez por todas. La solución final,
su salto de fe: cerrar un poco más la persiana y poner paneles acústicos al
monoambiente, para que de esa forma callar las bocinas, por lo menos
artificialmente. Pero primero, secarse la sangre de los oídos, que manchó el
piso y un poco también su nueva remera.
De la luz a la
sombra
Evidentemente, la
estética parece ser una cosa misteriosa –y quizá irracionalmente- importante
para los humanos; y si no, pregúntenle a Mickey Rourke, ex sex simbol devenido
a paria de Hollywood por una cirugía mal hecha; o a las millennials que
estuvieron semanas enteras sin comer, o chupando cubos de hielo, o vomitando en
los baños producto de ataques incontrolables de bulimia para alcanzar los
cánones extremos que aparecieron en esa época más salvajes que nunca. Esa es la
estética obrando en nuestro comportamiento, en nuestras jerarquías, en nuestra
cultura, y, por qué no, en nuestra autodestrucción.
La actividad
estética más trascendente que un humano puede realizar es el arte en todas sus
variantes y profundidades. Un movimiento artístico es mucho más que una simple
formalidad, o un capricho de la teoría o de la catalogación: es una
materialización de una forma de ver el mundo dentro de un período histórico
concreto. Si queremos terminar de pulir el entendimiento de x período de la
historia, más que concentrarnos en las acciones y en la psicopatía de “los
grandes hombres” o incluso en hacer el intento de reconstruir la insípida y
miserable vida de diaria de los humanos de a pie, deberíamos desviar todo el
foco a la revisión de la producción artística de ese lapso; porque en esa
actividad, mitad lúdica y mitad tortuosa de parir una obra de arte, se deja
plasmado el más profundo de los entendimientos de cómo se vive y siente dicha época, o lo que los alemanes llamaron zeitgeist.
En la modernidad
hubo dos movimientos artísticos que definieron a la misma, y que, luego de
finalizado el proceso histórico en el que se desenvolvieron, siguieron
volviendo en forma de reciclaje y turnándose en lo que respecta a ser la forma
generalmente más aceptada de concebir lo artístico: El barroco versus el rococó.
El barroco se
extendió entre el siglo XVI y principios del XVIII, caracterizándose
principalmente por el exceso. Acorde
al zeitgeist de ese momento, todo se sobre-producía, buscando darle la mayor
complejidad y profundidad posible a cualquier actividad artística, en una
especie de búsqueda por la trascendencia, que nuevamente pasaba a estar en
manos del hombre luego de tantos siglos. Desde mediados del XVIII hasta finales
del mismo, surgió un movimiento que era la contra a los excesos del barroco: El
rococó. Un movimiento que tuvo como principal rasgo la sutileza. Dentro del rococó, menos es más. Los colores son suaves,
los temas son mundanos y la actitud que emana de las obras que están dentro de
esta clasificación son livianas y desprejuiciadas. Surgido en Francia, más que
un movimiento artístico, fue una primera rebelión de las burguesías –que años
después iba a hacer la revolución más importante de la modernidad-. Si el
barroco era el movimiento tomado y aceptado por las monarquías absolutistas, el
rococó fue la primera forma realmente efectiva que tuvieron a mano las
burguesías para diferenciarse de sus antagonistas. Antes del surgimiento de
este movimiento, la estrategia era otra y fue fallida: intentar a toda costa
ser y parecerse a la realeza, que
siempre cambiaban las reglas de juego estéticas para dejar en ridículo a los
aspirantes de llegar a ese status. Pero a partir de la aparición del rococó,
los burgueses se dedicaron a construir y reivindicar este gusto propio, en un
deseo de ser ellos ahora los que se diferencian.
Los burgueses
concretaron este proceso de diferenciación con una importante revolución en
Francia, con varias banderas importantes que se enmarcan dentro de lo que es la
ilustración –como por ejemplo el liberalismo, la exaltación de la razón y la
división de poderes-, y también con la fina bandera del rococó, que quedó
plantada de una u otra forma en el marco de la modernidad, no como movimiento
específico, sino como una actitud de reacción a los sucesores del barroco, que
pecan del mismo exceso o incluso buscan superarlo.
Ejemplos de este
proceso cíclico hay muchos y muy variados: Podemos mencionar al romanticismo
como respuesta al neoclasicismo de raíces barrocas; a las vanguardias de
principios del siglo XX como búsqueda de diferenciación ante los excesos de las
expresiones artísticas de la época del imperialismo; a la música punk como
reacción de corte rococó a la música progresiva de principios de los 1970; al
grunge como cachetazo a la estética de los años 1980, y cómo la década de 1990
es enteramente una respuesta a la parafernalia de la anterior.
Pareciese ser que
la concepción y posterior producción del arte de la modernidad está marcada por
la intercalación entre la visión barroca y la visión rococó. Y hay que agregar
otra dimensión importante: Mientras lo barroco se nutre de los juegos lumínicos y de un espectro lo más amplio posible de sonidos, el rococó prefiere presentarse como una reivindicación de los colores rebajados y por una insistencia en los silencios.
Pero estamos
viviendo actualmente en una ruptura muy ambigua de esta dinámica.
Shanzhai
Algo se está
desintegrando en este siglo XXI, y pareciese ser la modernidad. Esta no fue aún
reemplazada ni se la puede considerar para nada un período finalizado, pero sí,
siendo testigo en tiempo real, parece estar en todos lados la sensación de que
está tomando una velocidad que está al borde de escaparse de la compresión humana, que, no perdamos nunca de vista, sigue siendo en
términos biológicos la misma de aquellos cazadores-recolectores que pasaban el
día buscando alimentos y haciendo sociales con no mucho más de 150 personas a
lo largo de toda su vida; procesando muy poca información, en otras palabras.
Este drástico
aumento de la velocidad del proceso está provocando que el mismo se comience desintegrar
debido a ese insostenible ritmo. Y tal como cuando en la física nos acercamos
hacia la velocidad máxima, que es la de la luz, empieza a torcerse lo que
consideraríamos “lógico”, empiezan a aparecer mutaciones y grietas que son
difíciles de comprender con los elementos cognitivos que poseemos, ya obsoletos y defasados
Ejemplos hay
demasiados porque abarcan todo el tejido de lo humano. Uno muy interesante es
como se está viendo una mutación del ciclo estético-artístico típico de la
modernidad.
A fines de los
1990, se estaba experimentando un nuevo proceso con fuertes tendencias
barrocas, con un popular álbum llamado “Ok Computer” de la banda Radiohead como
estandarte. Pareciese que la repentina explosión de las punto com a mediados de
esa década produjo una sensación de inconmensurabilidad, que fue traspasado al
arte en todo tipo de expresiones. Incluso en los logos de las grandes marcas,
en las vestimentas que se usaban, en los videojuegos más demandados de aquellos
años y en el extraño fetiche por los gráficos poligonales típico de aquel momento. Toda expresión artística parecía querer plasmar de una forma u otra la
sorpresa que provocaban las nuevas tecnologías.
Este revival
cíclico del barroquismo empezó a agotarse entre mediados y fines de la primera
década de los 2000. Pero el ciclo parece estar rompiéndose por primera vez desde
que se dio por iniciada la modernidad.
La irrupción
hegemónica de un ritmo extremadamente sencillo como lo es el dembow
puertorriqueño, la llegada del minimalismo como criterio visual generalizado,
el acortamiento cada vez mayor de la cantidad de caracteres que se utilizan en
las producciones literarias y la reducción de los tiempos en las producciones
audiovisuales tendría que ser considerado como un típico advenimiento de la
lógica rococó, pero hay un gran obstáculo: la simultánea aparición del Smartphone
y de las cuatro redes sociales más importantes –facebook, youtube, twitter, Instagram-
El ciclo rococó actual
no termina de ser tal por dos factores: El primero, la presencia totalizante de
los teléfonos inteligentes, que son ante todo una presencia lumínica; una
continua estimulación de la retina que nos deja muy pocos momentos de frente a
la oscuridad o a las luces tenues, condición indispensable para reposar la
mente y producir sutilezas desde la imagen. El segundo, el fin de los momentos
de silencio, generado por la facilidad para acceder a contenidos audiovisuales cortos.
Esta combinación letal hace que ya no haya prácticamente momentos para tener introspecciones,
necesarias para producir arte, y que mucho menos haya un hueco para producir
arte enmarcado dentro del rococó, que necesita de la pausa, del silencio y de
la tenuidad para surgir.
Es así como la
música y los videos son cortos y generalmente sencillos, pero carecen de
silencio y sutileza, apelando a las altas ganancias y compresiones en el sonido
y a los colores saturados en la imagen; excesos ambos. Queda un híbrido: el exceso
del barroco en las formas, la liviandad del rococó en los contenidos, y ninguno
de los dos extremos se termina de completar. Se saturan los ojos y los oídos
sin descanso alguno, pero esto no se traduce en mayor complejidad, sino todo lo
contrario.
Y cada vez este nuevo
y extraño ciclo híbrido se redobla a sí mismo, sin un aparente final, yendo de
la mano con esta aparente etapa final de la modernidad, exacerbada, veloz y
desintegradora, en la cual todo lo que antaño podía contraponerse para mantener
cierto equilibrio ahora se fusiona, generando combinaciones impredecibles. En
lo artístico, la fusión de lo barroco y lo rococó, en China, un arrasador
sistema que fusiona al socialismo con el capitalismo, en la cultura, el pastiche
posmoderno y el cada vez más aceptado Shanzai. Las fronteras se desdibujan, los
colores se mezclan, el ciclo vida-muerte cambia de limitaciones; como dijo un
visionario: “Todo lo sólido se disuelve en el aire”.
El nuevo
mesías
Parece ser
urgente y necesario que surja un movimiento de corte rococó que haga el contrapeso
a tanta complejidad y exceso lumínico y sonoro, y la única solución parece ser
retornar a un hábito que antes era natural y que ni siquiera podía ser omitido
como ahora: Estar en silencio. Retroceder varios pasos y callar. Bajar las
persianas y estar a oscuras. Este pareciese ser el verdadero acto
revolucionario en el siglo XXI, y ya no tomar las armas. O por lo menos, el
primer acto revolucionario que está al alcance de cualquier persona.
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