Si hay algo
totalmente nuevo en los últimos 30 años –post caída de la URSS y victoria total
del liberalismo- es tener la certeza de que ya
no hay más desierto en el cuál volverse salvaje, es decir, no queda en el
planeta ningún territorio que no esté dominado por las concepciones básicas del
sistema bocetado por Locke y después perfeccionado por muchas manos a lo largo
del tiempo. No hay ningún lugar donde un grupo desertor pueda exiliarse y
construir nuevamente a partir de nociones radicalmente distintas –si es que pudieron
pasar la difícil barrera de poder crearlas-.
A este
proceso se lo conoce bien y se lo suele llamar globalización: hasta el lugar más oculto e inaccesible del mundo
está habitado por personas, y estas personas tienen los mismos códigos en mayor
o menor medida. Lo particular que tiene este proceso es que presiona
continuamente ya no a algún actor que sea radicalmente alternativo al sistema, sino que basta no cumplir con un solo ítem
de lo que se considera “aplicar el sistema de forma correcta” para ya ser
atacado de forma fría; ya no de forma militar –forma caliente-, sino de forma
económica, política y cultural, en ese orden preciso. A este proceso se lo
podría llamar cercamiento o enclousure. El modus operandi es el
mismo que aplicaron los primeros burgueses capitalistas de la Inglaterra de la
Primera Revolución industrial: Absorber primero lugares y después personas que
funcionen de forma alternativa al
funcionamiento del sistema dominante. Eso fue lo que hicieron –de forma mucho
más bruta- los pioneros ingleses cuando ponían un cerco sobre las tierras
comunales campesinas que todavía funcionaban de manera feudal, decretaban que a
partir de ahora eran propiedad privada y, finalmente, echaban de ahí a los
habitantes, quedando huérfanos tanto económica, como política, como
culturalmente. Estos huérfanos fueron la primera generación de proletarios
modernos; también pioneros.
El cercamiento no es un simple acto, sino
más bien un dispositivo que se fue refinando con el pasar del tiempo hasta
convertirse en lo que es hoy: un dispositivo que sirve para presionar tanto a
personas, como a grupos, como incluso a estados enteros que se desvíen del
guion de “como se tiene que aplicar el sistema”. Todo es cercable, sea material
o sea ideal. Desde un hippie que renuncia a su trabajo y se va a vivir a una
comuna en las sierras, un estado como Venezuela, hasta una ideología distinta como
lo pueden ser el comunismo o el fascismo. El hippie termina teniendo que buscar
un trabajo para conseguir cosas tan básicas como ropa, comida o –novedad- un
celular y un plan de datos para usar redes sociales y publicar post e
historias. Venezuela termina sin poder crear un sistema alternativo, por lo que,
por no aplicar el manual punto por punto, se queda sin recursos, hace agua por
todos lados, y termina cediendo, aplicando la versión más extrema y poco
refinada posible de liberalismo como castigo. El comunismo y el fascismo se
vuelven pseudo-ciencia; caprichos de adolescentes que no entienden cómo
funcionan las cosas o la ideología de los enfermos mentales. Todo aquel que se desvíe aunque sea de forma mínima, tiene como destino ya no ser excomulgado, quedar desarraigado o incluso tener algún tipo de castigo terrible, sino más bien quedar como un animal de zoológico que no sigue la racionalidad humana básica. Algo así como Diógenes el perro viviendo en un barril, escupiéndole a la gente que pasa por la calle.
La
globalización es el cercamiento más grande que se hizo hasta ahora. Un
cercamiento total, que abarca a todas las personas y a todos los territorios
del planeta tierra. Sin excepciones. Es así como Margaret Thatcher se volvió
Parravicini cuando predijo: “No hay alternativa”. Vio el proceso antes de que
empiece de verdad.
Es así
como, una vez cercada la famélica Unión Soviética de Gorbachov, ya no quedó
territorio en el cuál volverse salvaje. Tal cercamiento hace que aparezcas
ideas desesperadas, como las del libertario multimillonario Peter Thiel,
cofundador de Paypal y miembro de la Élite de Silycon Valley, que quiere armar
mega-islas en partes sin dominio de los océanos y que en ellas se aplique un
anarco-capitalismo radical, o algo que se le ocurra en su quemada cabeza.
La
claustrofobia que da el saber que ya no queda espacio alternativo en el planeta
puede tentar a pensar en que la solución sea crear directamente nuevos
espacios; pero el problema no se resolvería, debido a que la posibilidad de
crear estos espacios –sea dominando la vía láctea o creando un nuevo espacio
hiper-real a través de la tecnología de realidad virtual- está al alcance
solamente de la élite actual. O sea, que sería la perpetuación de las bases del
sistema, pero en espacios nuevos y muchísimo más controlados, es decir, una
profundización del sistema y no una emancipación.
¿Cuál es la
solución al gran cercamiento entonces? Pareciera ser algo que nos excede como
personas que se mueven en estos primeros años del siglo XXI. Estamos en una
crisis de creación, principalmente por tratar de interpretar un mundo
posmoderno volátil con nociones de la modernidad más dura y estable. Si Marx se
quejaba de que todo lo sólido se disolvía en el aire allá por la segunda mitad
del siglo XIX, entonces en esta época hasta el mismo se disolvería al tratar de
tomarle apunte al estado de cosas actual. Todo se está desarmando en partes cada
vez más chicas, cuál rompecabezas gigante, y las piezas se unen unas con otras
sin ningún tipo de prejuicio, ni orden, ni coherencia, de forma totalmente
caótica. El tiempo ya no suele seguir la cronología moderna estable y larga de
pasado, presente y futuro, sino que se piensa como un presente continuo en el
que lo que ayer era importante hoy ya ni existe y lo que hoy urge mañana va a
ser algo sin ningún tipo de significado ni peso. El dinero ya no se rige con la
estabilidad del patrón oro, sino que se vuelve dinero fiat que mueve su valor
segundo a segundo y del que no se sabe cuánto va a valer al día que sigue. La
matriz de producción ya no es industrial, material y más o menos sencilla de
entender, sino que es financiera, abstracta, encriptada y de la que
–supuestamente- nadie puede tener control real; un leviatán pero que no está
controlado por nadie. Completando la analogía, lo que antes era una pintura o
una foto terminada y enmarcada, ahora es un rompecabezas en el que todas las
piezas están desordenadas y mezcladas de formas que todavía no se pueden
entender.
Una
sensación de caos que posiblemente sintieron los primeros renacentistas cuando
cayeron los primeros cañones de pólvora sobre Constantinopla. Lo que se conoce
se está empezando a terminar sin vuelta atrás, pero, ¿qué sigue? El
rompecabezas está ahí y lo mejor puede ser abrazar un alternativismo: dejar de querer acomodar las piezas tal como
estaban antes, y ver cómo se están ordenando ahora, qué hay en esas formas
nuevas. Asumir que la modernidad se está yendo, que no va a volver y que algo
nuevo va a venir más rápido de lo que pensamos –si es que la humanidad pasa la
prueba del cambio climático antes-. Resumidamente, saber que más que
seguramente estemos en el mismo lugar que los que vieron a los otomanos
entrando en la capital bizantina, y que en ese momento supieron en el fondo que
el estado de cosas que conocían iba a ser atropellado. Ellos fueron los
pre-renacentistas. Los que hicieron que tuvieron que empezar a pensar en
levantar el guante; y seguramente esta sea una época de levantar el guante.